sábado, 27 de diciembre de 2014

Ella

 El ambiente era frío pero su sola presencia otorgaba calidez al lugar. Ella era coqueta y muy atractiva. Ella lo sabía y disfrutaba con ello. Compartir estancia a su lado era un continuo juego de flirteo.

Yo me encontraba a escasos dos metros de donde estaba, como siempre. Sinceramente, no sé decir seguro qué es lo que me enganchaba a su compañía pues muchas veces quería huir lejos de su lado, pero algo me lo impedía. Debe ser que me ayudaba a olvidar todo lo demás por más que lo tuviera grabado a fuego en la mente. Si mi situación era oscura ella le otorgaba luz. Me hacía creer ser una persona mejor, una persona diferente.

Ella era presumida. Ella era muy presumida. Tenía todo lo que una persona podía desear. Lo peor es que le encantaba fanfarronear de ello. Tenía la familia perfecta, la pareja perfecta, los amigos perfectos. Se despertaba cada mañana en casas de ensueño. Conducía preciosos coches de todas las épocas, aunque de lo que disfrutaba presumiendo realmente era de sus veleros. Quizá lo que más me atrajera de ella fuera que podía rozar en su presencia una vida llena de lujos y rodeado de envidiada gente, vida que se distanciaba mucho de la que a mí me tocó.

Su conversación era muy agradable. Tenía miles de anécdotas que contar. Sus historias de viajes y aventuras vividas me hacían gozar como si fueran recuerdos míos de una vida amena que había olvidado por completo. No se parecía en absoluto a mi sí recordada vida real.

Era envidiable, al igual que todo lo que provenía de ella, su retórica. Tenía una capacidad de persuasión increíble e intimidante al mismo tiempo. Podía sentarme un día frente a ella con plenas convicciones respecto a un tema y tras despedirme me alejaba arrastrando con los pies los restos de mis argumentos. Probablemente eso fuera un defecto de ella. Probablemente eso fuera una virtud de ella. Me ayudaba, supongo, a pensar. Ella era cabezota, eso sí. No me dejaba equivocarme de camino. Sabía qué era lo que más me convenía, pues ella era lista y yo no tanto a su lado. Si estaba equivocado en mis convicciones me aconsejaba con fuertes argumentos a replantearme mi postura. «Obligaba» puede que fuera la palabra idónea, no sé, ella lo sabrá. Si aun así no me convencía insistía porque quería lo mejor para mí, que era lo mejor para ella.


Ella era absorbente, única e inimitable. Me hacía único e inimitable. De la misma forma que la única e inimitable de mis amigos les hacía únicos e inimitables a ellos. Únicos e inimitables eran también mis vecinos gracias a ellas. Y mis familiares, y aquellos desconocidos con los que me cruzaba. Todos éramos únicos e inimitables, grandes poseedores de una vida que no era nuestra, de un pensamiento que no era nuestro, de unos sueños que tampoco lo eran. Ella hacía por nosotros todo eso y mucho más, pues ella es más que una simple televisión, ella es la guía idolatrada que todos tenemos y disfrutamos, a pesar de que lo queramos o no. 

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